INTRODUCCIÓN
El retrato llegó a considerarse el origen de la pintura en sí. Giorgio Vasari, especialista de arte durante el Renacimiento, difundió una leyenda, “La historia de la hija de Butades”, que nos lleva a la prehistoria al relatar que una joven mujer afligida por la partida de su amado dibujó la silueta de su sombra en la pared de una cueva, para poder conservar al menos la imagen de su figura. Así, el retrato buscará hacer perdurar el recuerdo de una persona.
El libro está dedicado a dos grandes retratistas: Hermenegildo Bustos y Amadeo Modigliani, mexicano e italiano, respectivamente. No fueron contemporáneos. El primero, que integra la lista de los artistas mexicanos del siglo XIX, nació en el pueblo de Purísima del Rincón, Guanajuato, en 1832, era de origen indígena, nevero, fabricante de ataúdes, observador de cometas y fenómenos naturales, retratista y pintor de retablos. El segundo, originario de la ciudad de Livorno, Italia, donde nació en 1884, es un destacado pintor y escultor, contemporáneo de Picasso y de Matisse, que sobresale del grupo de artistas que revolucionaron el arte en las primeras décadas del siglo XX. Cuando Bustos murió en 1907, Modigliani llevaba un año de haber llegado como muchos otros artistas e intelectuales a la ciudad más deslumbrante del mundo, París, para integrarse a ese torbellino creativo que allí se vivía, dando inicio en ese momento a los escasos catorce años que duró su carrera artística.
El encuentro de estos dos artistas muy posiblemente llame la atención, pues la propuesta manifiesta una gran distancia entre un pintor y el otro. Quizá entre ellos existan muchas más diferencias que similitudes, pero el análisis de los contrastes logra ser un ángulo que enriquece el estudio y sobre todo la contemplación, al disfrutar de la reciprocidad que las obras provocan entre sí. Lo único en lo que pueden cruzarse los caminos de estos dos artistas es en el género que ambos eligieron, compartiendo un deseo genuino de mantenerse en contacto y observación de los seres humanos: de sus vecinos y contemporáneos, con la ilusión de poder traspasar algo de su vitalidad a sus telas.
Es difícil hablar del retrato sin tener presente a la fotografía; el auge de este invento se cruzó en el camino de estos dos artistas. La primera cámara de daguerrotipo llegó a México con bastante prontitud, a finales de 1839; fue traída por viajeros franceses que buscaban sacar provecho del invento. Los primeros trabajos se llevaron a cabo en el puerto de Veracruz. A finales del siglo XIX en los pueblos y ciudades de provincia se instalarán estudios improvisados buscando abarcar a la clientela de escasos recursos. A estos cambios se enfrentaron los retratistas mexicanos, entre ellos Hermenegildo Bustos. Este hecho no afectó la demanda de sus encargos, como lo constata el abundante legado de su obra, ya que el interés de ser retratado en pintura seguía siendo una costumbre en boga, al dar éste cierto prestigio e importancia al interesado, más allá de lo que aportaba la fotografía.
MODIGLIANI
Modigliani fue un pintor que se enriquecía de cuanto sucedía a su alrededor. La literatura, el arte, pero sobre todo la poética de la vida eran su fuente de inspiración y de motivo. La influencia del escultor rumano Constantin Brancusi se hace evidente en su trabajo, pero al margen de ello no aceptó maestros ni tuvo discípulos; fue un revolucionario que no claudicó hasta encontrar una pintura y una expresión personal. Su trabajo contribuyó a engrandecer la modernidad que se establecía en la capital del arte a principios del siglo XX. Resultaba difícil entender lo que Modigliani estaba buscando a sus veintidós años, recién llegado a París, después de haber recorrido los grandes centros del arte italiano, Nápoles, Roma, Florencia y
Venecia y de enfrentar la efervescencia parisina. Vivió en una época en la que el retrato pictórico no sólo no tenía futuro, sino que ya casi no tenía presente en el ambiente de París. Los artistas deseaban aplicar el punto de vista científico al arte, y el retrato, que por definición debía imitar a la naturaleza, era la antítesis de lo que la modernidad buscaba, pues según se consideraba al imitar la realidad no se estaba creando o aportando nada al arte. Los retratos de Modigliani salvan la fragilidad en que se encontraban la imagen y la identidad, deformadas por el cubismo y el expresionismo impidiendo reconocer al retratado. Nos sorprende cómo, dentro de la autodestrucción y caos de su vida, y en medio de los clamores de una guerra, Modigliani lograba apartar su espíritu
creador para pintar obras de una sublime belleza y sensualidad. Aceptó la indiferencia, la pobreza y la soledad, y sometiendo su capacidad logró en pleno siglo XX hacer del retrato una obra de arte en sí misma, una creación pictórica trascendente y de peso. En su innovación, Modigliani explotó al máximo referencias del arte universal, impregnándolas de un novedoso sentido de composición, de creación, de síntesis y de belleza para fundirlo todo en su monumental obra. El pintor alemán Ludwig Meinder, su contemporáneo, resaltando su procedencia italiana, confesaba: “Nunca había escuchado a un pintor hablar de la belleza con tal pasión”. Modigliani se convirtió en el maestro de la elegancia y la sensualidad.
BUSTOS
Hermenegildo Bustos provenía de una familia indígena, lo cual él resaltaba con orgullo. Así lo demostró en distintas ocasiones, como en la leyenda que anotó al reverso de su autorretrato “Hermenegildo Bustos, indio de este pueblo de Purísima del Rincón” y en los dos únicos bodegones que realizó; en ellos agregó a su firma la frase “indio puriense”. Su padre, don José María Bustos fue un personaje memorable; se le reconocía como hombre educado y de buena letra, era el campanero del pueblo, y entre otras cosas dejó manuscrito el relato del nacimiento de sus hijos Hermenegildo y Dionisia. Se sabe muy poco sobre la formación artística de Hermenegildo Bustos. En un momento dado, se afirmó que estudió un período corto, posiblemente seis meses, con el pintor retratista Juan Nepomuceno Herrera, avecinado en la ciudad de León; sin embargo, hasta la fecha no se ha logrado respaldar de manera contundente este hecho. Se ha identificado también a otro retratista y maestro ubicado en la ciudad de León, de nombre José Justo Montiel, pero nada indica que Bustos haya acudido a sus clases. Considero muy posible que nuestro retratista haya conocido y estudiado alguno de los trabajos de éstos y otros pintores académicos, y que una mente predispuesta como la de él podría con facilidad absorber las lecciones técnicas que estas obras pudieran aportarle. Al margen de estas especulaciones, lo que sorprende es la innegable metodología que muestran sus obras, sobre todo en la manera de preparar las telas, de preparar las pinturas, en el refinado dibujo que antecede a la pintura y en la manera de ejecutar los trazos iniciales de sus cuadros. Todo ello pone en evidencia algún entendimiento de las enseñanzas académicas, que bien pudo haber aprendido con algún otro maestro o por cuenta propia, pues siempre mostró ser tenaz y perseverante. No obstante, todo apunta a que su aprendizaje lo haya tomado de libros, cuyas instrucciones buscó seguir al pie de la letra, de acuerdo con las posibilidades que tenía a su alcance, y por ello se le considera autodidacta.
El pueblo mexicano está retratado con sus rasgos diversos, y lo mismo encontramos una tez blanca, que una apiñonada o morena. No discriminó a los ricos ni tampoco a los pobres; a todos los pintó en su verdadero contexto. Así lo hizo con algunos niños, a quienes mostró sonrientes, aun cuando es posible que el pintor con su sola presencia haya impuesto en ellos respeto y una solemnidad, que es la que muestran al verse retratados. Sorprende una obra de esta calidad enclavada en un pueblo sencillo y austero.
DOS ÉPOCAS, DOS EXPRESIONES UN MISMO INTERÉS
Modigliani vivió en el centro de la ebullición, en la ciudad más deslumbrante del mundo pero a la vez la más despiadada; Bustos lo hizo en un pueblo tradicional de la provincia mexicana, apacible y aislado, en el que la madre naturaleza y los vecinos se complacían al hacer menos difíciles las miserias a los demás. Era un mundo pausado, adonde las innovaciones llegaban desde afuera. Era un lugar en el que la contemplación y la reflexión formaban parte de los privilegios del día con día. Imitar o inspirarse en las glorias de los maestros del pasado no era mal visto; el artista podía apuntalarse en ellos e incluso intentar superarlos, y agregar el interés y el sello personal.
La estima de Modigliani por sus personajes, sus amigos y colegas se demostrará en la calidad de sus pinturas, en ese esfuerzo y dedicación personal llevada al máximo para reunir, en un arrebato que duraba unas cuantas horas, líneas de belleza, color, pasión y síntesis en una armonía que termina por decirlo todo. En esa síntesis pictórica se condensa la gran verdad, ya que puede decirse que en ella está reunido todo lo que los detalles no muestran; en ella se contienen todo el amor y la convicción, todo el tributo de Modigliani para sus personajes. Es en ello en lo que radica el gran valor del arte de Modigliani, en esa verdad sintetizada y estilizada con un profundo interés de belleza. Así, Jean Cocteau escribió: “No era Modigliani quien distorsionaba y les alargaba las caras, no era él quien evidenciaba su asimetría, quien dejaba un ojo vacío, quien les alargaba el cuello. Todo esto ocurría en su corazón. Así nos pintaba en la mesa del Café de la Rotonde, así nos veía, nos amaba, nos sentía, nos contradecía o se peleaba con nosotros. Su dibujo era una conversación muda, un diálogo entre sus líneas y las nuestras”. Mientras en Bustos la verdad se vuelve belleza, en Modigliani la belleza de la línea y la perfección del ángulo se transforman en verdad. ©2013